jueves, febrero 27, 2014

La increíble nota menguante.



Al fin he visto la segunda parte de El Hobbit. Si bien es meritoria la recreación del dragón Smaug (o Esmó, depende de quién lo pronuncie), ninguna escena me pareció tan emotiva como la de Gollum en la primera, que vi en Copenhague. No me atrevería a decir que la tercera, y última, pueda visionarla también en el extranjero. Pero, vistas como están las cosas, tampoco puedo negarlo. 
En León no me quedo con beca. Y, por tanto, no tengo intención de quedarme. Ni mi expediente ni mi premio me han servido siquiera para pasar la primera fase de la beca que me serviría para realizar el doctorado. ¿Por qué no? Bueno, porque me han bajado cuatro décimas. No parece que se las hayan comido con patatas, por lo visto es un proceso de ponderación, que no acabo de entender bien, si es que entiendo algo, en el que tienen en cuenta factores como la media obtenida en mi clase. Bueno, ¿y qué coño tiene que ver lo que hayan sacado mis compañeros o compañeras con lo que he sacado yo? ¿Por qué algunas notas suben, con este procedimiento, y otras bajan? 
Lo único que se es que el hecho de quedarse fuera por cuatro décimas es lo bastante humillante como para despreciar sus recortadas dádivas. Si por mí fuera, ya sabría yo por dónde empezar a recortar. No importa... De todos modos, tenía ganas de volver al extranjero. Un mes me supo a poco. Justo había tenido mi primera cita seria cuando hubo que hacer las maletas. Aunque, si quiero asegurarme mi estancia fuera, más me valdrá conseguir otra clase de citas, académicas y/o laborales. Ya podía traslucirse a través de mi entrada anterior. Si fui capaz de lavar platos y tazas con restos momificados de cruasanes en el Rodilla, en el peor de los casos también podré pagarme la tesis haciendo esa clase de oficios para los que supongo que no pedirán aprobar el Advanced. Por si acaso, a seguir preparando el Inglés, aunque ello conlleve escuchar a locutores que parecen haberse pasado de pintas en el Sant Patrick´s Day, igual que yo hace ahora un año. Familiares, amigos y conocidos en ciudades foráneas, que se preparen para la chapa que voy a dar para ver si alguna universidad de su zona, por remota que sea, está dispuesta a apadrinarme (o a amadrinarme, al fin y al cabo universidad es de género femenino). 

miércoles, febrero 19, 2014

La paradoja sándwich.



Durante mi último viaje a Madrid he podido comprobar cómo una empresa ha ido a peor, mientras que otra, en la que yo mismo trabajé antes de planear el asalto definitivo a mi licenciatura, ha ido a mejor, al menos en lo que respecta a su imagen. El viaje en tren de clase preferente ha perdido bastante el sentido que se le daba a ese adjetivo. ¿Qué privilegios tiene ahora? Casi ninguno. El periódico, y a la ida se les olvidó pasármelo. Lejanos ya quedaron esos tiempos de opulencia, con aperitivo, cena y copa, copa que casi nadie quería. Debieran haber aprovechado, mientras pudieron. Hay otros beneficios más intangibles que sí se han conservado, como el espacio, la mayor tranquilidad y silencio; lógico, al ver cómo se ha devaluado el servicio, y que ello no ha implicado una bajada en la tarifa, los viajeros se habrán cambiado a vagones más económicos, como puede que haga yo en el futuro. 
Durante uno de mis paseos por Madrid, me acerqué al sitio donde tuve mi primer trabajo allí, el Rodilla de la glorieta de Bilbao. Hace años ya, por lo que supuse que no vería ninguna cara conocida. Así fue. Y no solo las caras habían cambiado, también la estética del local. Tanto el letrero como la decoración interna habían envejecido, por así decir, luciendo un estilo vintage que parecía rememorar los primeros establecimientos de la marca en Madrid, que ya tiene un porrón de años, tal vez se acerque al siglo. La paradoja residía en el contraste con un plantel rejuvenecido. Un trío de buenos mozos, con los que ya pudiera haber coincidido yo en su momento. Además, habían desterrado la camisa negra, a la que solo parecía faltarle el alzacuellos, por una camiseta del mismo color, mucho más moderna y funcional. 
Cuando yo estuve allí, entre otras jefas, había una auténtica bruxa constrictor que me traía por la calle de la amargura, obsesionada con la limpieza, como si estuviera atravesando de forma permanente la fase anal freudiana. Fue una de las principales razones para abandonar ese lugar. En estos tiempos en los que se habla tanto de la iniciativa privada, de los emprendedores, del autoempleo, deberían contratar a muchas jefecillas como esas, para que cualquier empleado albergara la esperanza de convertirse en su propio patrón. Me sorprendió encontrar a ese trío de maromos porque, durante mi singladura laboral, solo éramos dos varones, y uno estaba relegado al inframundo por decisión propia. Sí, mi compañero no salía de su cueva sandwichera, donde preparaba las brandadas de bacalao y similares, pero lo hacía así por no querer atender de cara al público. ¡No le culpo! Así no tenía por qué enfrentarse al yonqui habitual, al vagabundo que pintaba mujeres desnudas, a la señora histérica (o varios ejemplares de la especie), etc. ¿Dónde estaban todos esos personajes durante mi visita el domingo anterior? ¡Me han cambiado mi Rodilla! Para bien, diría yo, y además con wifi. 
Pero ni el wifi ni nada sirvió para que llegara a mi correo mensaje alguno sobre si paso o no a la siguiente fase de la beca. Si no paso, creo que debería plantearme volver a mirar destinos en el mapa. Hoy es el Día contra la LGTBfobia en el Deporte. Algunas ligas de fútbol europeas han hecho campañas para sensibilizar sobre este tema, mientras la española se queda de brazos cruzados y labios cerrados. Bueno, tal vez no sea mala idea ir a alguno de esos países más sensibles, con mayor dotación en sus presupuestos educativos y mejores expectativas de empleo, aunque solo sea rellenando sándwiches en alguna cueva. Para algo serviría mi experiencia, no solo académica. 

martes, febrero 11, 2014

Winterfell.



El estoico gigante, que no en vano ya resucitó una vez, recibe la primera gran nevada del invierno en León. ¿La última? Quién sabe. Nada sorprendente, también nevó en febrero el año pasado. Yo pude contemplarlo desde un gran ventanal, y, por cierto, no llevaba más ropa que la que lleva el monstruo de piedra. El intermitente temporal, por lo visto, se llevó por delante el letrero del lugar que me acogía durante esa nevada mañanera, las letras que forman el nombre de ese poeta casi homónimo. Ese destrozo me resultó muy simbólico, y más que sucediera en este mismo mes. Daría para una serie de reflexiones de carácter más literario que las que suelo hacer aquí. 
El caso es que, un mes después, regreso a Madrid. Allí compré el primer volumen de Canción de hielo y fuego, que estoy a punto de concluir. Y vaya si el invierno ha aparecido, pero, claro, no de forma tan cruda como tendrían que soportarlo los Stark y compañía. Habrá quién piense que por qué regreso a ese piso, a pasar frío, pero nada que no solucionen un par de mantas, un forro polar que me sirva como bata, etc. Ojalá vea nevar en Madrid. Es un show, pero también un caos. No tengo clase hasta el día 27, así que me puedo permitir romper un poco la rutina. La semana que viene continuaré con los ya pocos trabajos del máster, en concreto uno de los más densos. No podré asistir a la obra de teatro que primero nos sugirió y luego casi nos obligó a ver nuestra siguiente profesora. Desconocedora, supongo, de los detalles, nos mandó asistir a una de las más caras del auditorio, en la que no cabía ningún tipo de descuento por carnet universitario. Tras dos mil quinientos del ala por la matrícula completa, pretender forzar a alumnos, algunos sin ningún ingreso, a vaciarse más la cartera resulta absurdo. 
Es posible que me vaya con una intriga en curso. Saber si paso, o no, la primera criba de las becas FPU. La fecha estimada es la segunda mitad de febrero, pero algunas personas ya han sido informadas, mientras que yo (tal vez por enviar la solicitud casi en el plazo límite) no. Puede que en el Matadero, o en algún lugar capitalino con wifi, me pueda llevar la sorpresa, positiva o negativa. Lástima de haberme titulado en esta época de vacas flacas, donde hasta las Erasmus se han rebautizado como Plus, al estilo de los asientos de autobús del Alsa...